La ilusión olímpica

Por Rafael Poch, desde Pekin. *

La sociedad china ante los juegos

Se dice que los juegos de Pekín van a ser una ocasión de autoglorificación del régimen chino, una oportunidad para cimentar su legitimación y cubrir sus vergüenzas. Cualquier acontecimiento global de la envergadura de unos juegos olímpicos, incluye esos aspectos de imagen y promoción del país o la ciudad que los alberga. Pero, ¿pueden reducirse a eso los juegos de China?.

El hecho de que la sociedad china, incluido su régimen político, sean diferentes de los de Occidente, como diferentes son las complejas circunstancias que atraviesa ese país, el hecho de que China contenga muchos problemas desconocidos, o ya olvidados, en el mundo más desarrollado, o que antes contara poco en el mundo y cada vez cuente más, es para muchos una invitación a la agresividad, la hostilidad y el "conflicto de civilizaciones". Esa no es, sin embargo, la perspectiva olímpica, que más bien propugna valores de hermandad, tolerancia y alianza de civilizaciones.

China es una recién llegada al mundo de los que cuentan. En un mundo tan reciente como el anterior a la creación de la ONU, la opinión de brasileños, indios o chinos importaba bien poco. Hoy importa mucho más, y va en aumento. Los chinos son los primeros en esa cola de nuevos ciudadanos del mundo. En la emergencia de su sociedad hay una invitación implícita a relacionarse de igual a igual con esa mayoría del mundo al que Occidente (13% de la población mundial) estaba acostumbrada a mirar desde arriba, con condescendencia y compasión en el mejor de los casos. De alguna forma, los juegos de China son la fiesta de eso, la fiesta de un sólo mundo invocando relaciones viables (igualitarias y no agresivas) entre sus miembros: "one world, one dream", como dice el lema.

Los partidarios del "conflicto de civilizaciones" pueden hacer el ridículo en estos juegos, obstinándose en defender actitudes impropias, de aleccionamiento y perdona vidas hacia China, o presentándolos como los "juegos del genocidio", segunda edición de los de Berlín en 1936. Para ello disponen de un nutrido arsenal de recursos; desde los derechos humanos, a Tibet, pasando por las reformas políticas pluralistas pendientes en China, pero todos esos temas son demasiado importantes para todos, incluida la propia China, como para desprestigiarlos ante la quinta parte de la población mundial, mediante actitudes groseras.

Estos juegos no son comprensibles sin atender al momento de China. Durante muchos siglos, esta fue la sociedad más desarrollada y sofisticada del mundo. A principios del XIX perdió el tren de la modernidad de entonces y cayó en picado en una espiral de decadencia, debilidad y dominio extranjero. Su actual emergencia está cargada de matices; por un lado los complejos, muy vivos, de quien, miserable y humillado, antes no era nada y ahora adquiere un nuevo orgullo, y por otro, la sensación de recuperar la grandeza "de siempre", anterior al XIX. El primer aspecto es el de un recién llegado, lo que contiene inevitables reflejos y actitudes "juveniles", de demostrativa exaltación.

El segundo es un regreso a una posición ya vivida en el pasado, lo que introduce aspectos seniles de prudencia y experiencia. Por un lado, los juegos son vistos por los chinos como una prueba para demostrar una capacidad de hacer las cosas "bien", de que "entre vosotros y nosotros, ya no hay tanta diferencia", y de que, "ahora nosotros también contamos en el mundo", es decir una actitud de sociedad en desarrollo, en el fondo no muy diferente de la de aquella Barcelona de 1992, que hacia sólo quince años que había dejado de formar parte de un régimen de partido único y de un "continente africano" que comenzaba, "al sur de los Pirineos".

En el desprecio con el que la Barcelona del diseño pronunciaba la palabra "tercermundista", había mucho de complejo de pobre diablo recién llegado, dispuesto a que se olvidara su pasado. En el frecuente desprecio de la china urbana hacia la rural, hay algo parecido. Pero por el otro lado, la senectud de China introduce diferencias extraordinarias.

Cuando el joven Liu Xiang ganó en Atenas la medalla de oro en 110 metros vallas, se convirtió inmediatamente en héroe popular. Los chinos nunca habían destacado en atletismo. Liu, exultante, dijo algo así como; "esta victoria demuestra que la raza china es capaz de hacerlo tan bien como cualquier otra". Un ex ministro de cultura le afeó la conducta y dijo que había que, "evitar decir ese tipo de tonterías que no hacen más que desprestigiarnos…" Todo eso, entrelazado, convierte el renacer chino en algo único desde el punto de vista de las actitudes sicológicas. Seguramente, el psicoanálisis de esta nación durante los juegos de agosto será algo bastante curioso e interesante.

Occidente está acostumbrado a hablar de China, sin consultar con los propios chinos. Es un reflejo adquirido del que hay que empezar a desprenderse. En la polémica que ha rodeado a los juegos de Pekín, se ha tendido a olvidar que la sociedad china existe. Los juegos no son únicamente un asunto de estado, sino de toda la sociedad. Sin ella sería imposible organizarlos, con sus cien mil voluntarios, su enorme esfuerzo en infraestructuras, que incluyó el desplazamiento de decenas de miles de pekineses (las autoridades sólo reconocen 14.900) de sus barrios tradicionales a nuevos asentamientos, y con la gran campaña de urbanidad que la acompaña.

Con la excusa de atender bien a los 500.000 visitantes extranjeros que se espera pasen por Pekín, se ha promocionado entre sus ciudadanos la costumbre de respetar las colas, de dejar salir antes de entrar en el metro –con unas nuevas señales en los andenes para guardar cola ante las puertas de los vagones-, el enésimo intento de disuadir el escupitajo en la vía pública, con multas a los infractores, y muchas cosas más. Se ha iniciado la eliminación del uso de bolsas de plástico e incrementado considerablemente los espacios para no fumadores, en un país en el que éstos representan el 26% de la población y la tercera parte de los adictos globales al tabaco.

En los barrios, la gente mayor aprende inglés, miles de taxistas y policías asisten a cursos patrocinados por el municipio, los estándares de contaminación se han ajustado, se han organizado campañas para civilizar a los hinchas de fútbol en las ciudades sede de encuentros de este deporte. Hasta en la entrada de la nueva Terminal 3 del aeropuerto de Pekín, una obra del arquitecto Norman Foster de gran modernidad realizada en un tiempo récord, se puede leer un cartel que dice, "Aeropuerto civilizado", con lo que se entiende que la gente debe guardar cola correctamente, no escupir, no gritar, etc…

"Los juegos deberán servir como un nuevo punto de partida para que Pekín se transforme en una ciudad más próspera, civilizada, armoniosa y habitable", dice el Secretario del Partido Comunista, Liu Qi.

Por desgracia, "algunos de los medios utilizados para realizar ese propósito son, precisamente, los que los observadores extranjeros consideran defecto y citan como motivos de llamada al boicot", constata la politóloga alemana Gudrun Wacker.

Esa campaña de "corrección" ha dado lugar a redadas contra la prostitución callejera y la droga en Pekín, por lo menos en sus escenarios más manifiestos. También se ha realizado un "barrido" de peticionarios, el ejército de ciudadanos agraviados de todo el país que fluye crónicamente hacia las diversas ventanillas de quejas que lidian en la capital con los problemas sociales y personales. Ese colectivo de gente, normalmente pobre y descontenta, ha sido expulsado del paisaje. En el mismo saco se ha metido sin contemplaciones a los contados disidentes, como el joven Hu Jia, que pretendían hacer de los juegos un altavoz para divulgar todo tipo de injusticias. Hu fue juzgado y condenado a tres años y medio de prisión por "subversión", en abril, mientras que otros son mantenidos en condiciones de semiarresto domiciliario, con advertencias de que no "alboroten" durante los juegos.

En previsión de acciones sorpresa de organizaciones occidentales de derechos humanos, el subdirector de la seguridad olímpica, Liu Shaowu, ha dejado claro que, "toda manifestación que se salga de los cauces legales durante los juegos será abortada". Con 25.000 periodistas, muchos de ellos predispuestos a la "denuncia" de China, esta contradicción será otro aspecto a observar.
La sociedad china esperaba desde hace años estos juegos con ilusión, pero en la recta final ocurrieron dos sucesos que la sacudieron. El primero fue la crisis de Tibet, el segundo el terremoto de Sichuan. Ambas sacudidas, tan diferentes entre sí, han consolidado a la sociedad china y han matizado, y madurado, esa ilusión. También han mostrado nuevos protagonismos sociales; con manifestaciones de chinos en todo el mundo al lado de las que pedían un "Free Tibet", y con una explosión de solidaridad hacia las víctimas del terremoto. Ambas respuestas evidenciaron un nivel de autonomía nuevo, en una sociedad que hasta hace poco casi era sólo una función de su estado.

Jiang Ying, una ingeniera de comunicación de 22 años, originaria de Suzhou, cerca de Shanghai, quería venir a Pekín a estudiar, pero no lo consiguió por no superar el examen de ingreso universitario, así que estudió en su ciudad. Hoy, ya licenciada, los juegos le han dado una segunda oportunidad para acercarse a las luces de la capital: ha fichado como voluntaria para trabajar en Pekín, aprovechando que su empresa, se ocupa de las pantallas y de la traducción electrónica al chino de los datos de los juegos en 32 competiciones.

"Los juegos", explica, "son una gran oportunidad para la consolidación, para hacer ver a todo el mundo que China no es cómo la pintan". La campaña contra los juegos por Tibet, ha dejado entre muchos chinos, una sensación de fiesta aguada y de buena predisposición malparada. "La campaña estaba dirigida contra el gobierno, pero también ha hecho daño a la gente, porque los juegos no son sólo un asunto del gobierno, sino de toda la sociedad". Jiang no dramatiza la situación. Dice que los medios de comunicación occidentales han informado mal del problema de Tibet, pero, matiza, "aquí también los medios de comunicación chinos cuentan las cosas malas de Occidente, pasa lo mismo en todo el mundo". "De todas formas", apunta, "China está cambiando muy rápidamente, y eso ocurre y ocurrirá independientemente de los juegos".

La joven Hu Zimeng, de 22 años y natural de Henan, una provincia pobre, y su compañero de estudios, Yin Xiaochao, de 20, oriundo de Nanjing, una ciudad rica, estudian español en la Universidad de Estudios Extranjeros de Pekín. Los dos se han apuntado como voluntarios olímpicos, ella como acompañante y traductora de miembros de delegaciones latinoamericanas, él como "chico para todo" en un stand de intérpretes de español. Con actitud ingenua y angelical, Hu explica por qué para ella es "un honor" ser voluntaria en los juegos.

"China quiere mostrar su amistad a todas las personas del mundo, y yo también quiero dar mi bienvenida y amor a todos, por eso he servido en los preparativos y serviré en los juegos con todo mi amor, para que los demás puedan sentir la bienvenida y el amor de los chinos", dice. Su compañero suscribe esta actitud y añade otros motivos; "sin nuestra colaboración, habría un agujero entre los intérpretes de español, además es una buena oportunidad para practicar y mejorar lo que hemos estudiado, conociendo a gente de diferentes países y con acentos diferentes; cubanos, mexicanos, españoles…".

Ambos estudiantes dicen haberse sentido algo "heridos" por los incidentes que rodearon el recorrido de la antorcha olímpica en París. Hu dice que, "Tibet es una provincia china desde siempre y que algunas personas quieren separarla, y dicen mentiras para que los extranjeros crean que China es un país muy atrasado y sin derechos humanos", mientras que Yi desdramatiza el asunto diciendo que, "lo que ha ocurrido es muy natural".

"Cada olimpiada ha tenido sus boicots; en Moscú, en Los Ángeles, siempre con pretextos políticos", dice el joven. "Por ejemplo, todo el mundo critica a Estados Unidos, pero a ellos no les importa demasiado porque viven bien y son fuertes". "Algunas de las críticas de los extranjeros contra China son normales, pero no se puede pretender que la situación cambie de la noche a la mañana", dice. En otros casos, añade, "la gente no sabe muy bien lo que pasa aquí, nos conoce poco, y también desconoce nuestra historia".

En un artículo escrito el día de duelo por las víctimas del terremoto de Sichuan, el diputado de la Conferencia Política Consultiva del Pueblo Chino, Lau Nai-keung, decía; "estamos tan orgullosos de nuestro país y de nuestra gente, como nunca lo estuvimos en los últimos 170 años, por favor, vengan y echen una ojeada para descubrir el motivo por si mismos".

* Rafael Poch es un destacado periodista español y especialista en asuntos chinos. Corresponsal de La Vanguadia, en China desde 2008 .