La China Dorada

Por Edward Piñon (*)

Son las dos de la madrugada en Beijing y una extensa fila de periodistas de todos los rincones del mundo, formada a escasos metros de los fastuosos centros de prensa que se construyeron para ofrecer comodidad y servicio de primer nivel, aguardan con desesperación que los taxis aparezcan para dejar de sufrir los impactos de una fría y lluviosa noche.

El cansancio pega fuerte y las ganas de partir del Parque Olímpico aumentan con el avance de las agujas del reloj. Son pocos los que levantan la voz o se quejan, quizás porque todavía están deslumbrados por haber sido testigos de la ceremonia de apertura más increíble que se haya visto en la historia del deporte mundial. Pero los chinos no necesitan recibir ninguna señal de hastío y la voz de una torre humana que pone cara de malos amigos cuando habla por el celular provoca sorpresa.

Casi de inmediato, la verdad que fue llamativo la celeridad con la que ocurrió todo, los vehículos de transporte comenzaron a aparecer a un ritmo constante. Parecía que alguien los había tenido contenidos en algún estacionamiento y que los largaba en forma sostenida para que la fila de visitantes fuera desapareciendo ordenadamente.

Es un simple detalle, quizás uno de los menos trascendentes que se vieron en los Juegos Olímpicos más deslumbrantes por la belleza de sus infraestructuras deportivas y por los logros que alcanzaron los deportistas, pero desnuda con exactitud todo lo que fueron capaces de hacer los chinos para transmitir la mejor imagen de su país.

Los que vieron Beijing 2008 por televisión, los que siguieron todo por las páginas de los diarios o los que ingresaron a las ediciones digitales de diversos medios de comunicación para estar al tanto de los Juegos Olímpicos, tienen claro que será imposible que un país –al menos en los próximos 20 años- pueda despojarle a China del sitial que se ganó en el mundo del deporte. Rompió todo en el medallero, gracias a Michael Phelps consiguió ser testigo de la gesta más maravillosa de la historia de la natación y su gente enloqueció de felicidad con la velocidad y simpatía del jamaiquino Usain Bolt.

Pero, sinceramente, por encima de ello, aún incluso dejando de lado las emociones que se vivieron al estar parado delante del Nido de Pájaro o las ganas que daban de convertirse en artista por algunos instantes para poder ser capaz de transmitir mejor la belleza que emanaba del juego de luces del Cubo de Agua, China dejó una huella más marcada en la memoria por las sonrisas de su gente.

Por la forma en la que niños, adolescentes y adultos disfrutaron de las competencias o del divertido Parque Olímpico en el que se podía bailar al compás del movimiento del agua y las luces.

Además, los chinos demostraron tener la misma pasión por el deporte que por mostrar su cultura, su estilo de vida. Y hasta sus hogares. Aunque parezca insólito, entrar a un humilde barrio chino, donde los patios abiertos de las casas y los corredores que se formaban entre la unión de las mismas eran de tierra, no fue nada complejo. Con rostros complacientes y manos que indicaban el permiso al turista para seguir “inspeccionando”, dio placer poder ver otra cara de una Beijing magnífica.

No paralizó la respiración como si lo hizo la Gran Muralla China, ni siquiera provocó el alto impacto que fue descubrir lo grandioso que puede ser una ciudad que decora con luces de a sus imponentes torres y hasta sus autopistas, pero llenó más el corazón por comprobar que en la otra punta del mundo la gente también pone alma y amor para ser hospitalario con el visitante.
Ojo, no todo fue color de rosas, porque viajar en subte era una especie de tortura medieval, en la que en cada estación se podía encontrar un verdugo más cruel, que empujara más para ingresar al transporte o que tuviera mucho más tiempo sin visitar un duchero. Pero ni siquiera esa odisea afecta el valor que se le da al viaje.

Al descubrir China, al recorrer sus mercados y ver la habilidad de sus vendedores, capaces de hablar palabras claves en español o inglés con tal de concretar el negocio, no queda otra que concluir que en esa parte del mundo hay una potencia que ya despertó. Y Beijing 2008 demostró que no hay nada que los frena.

(*) Editor de Deportes de El País , Montevideo, Uruguay